La fibra alimentaria es, según la American Association of Cereal Chemists, la porción comestible de las plantas que resiste al proceso de digestión que tiene lugar en el intestino delgado, siendo fermentada de manera parcial o total posteriormente en el intestino grueso. En otras palabras: no es un nutriente propiamente dicho. Nuestro aparato digestivo no puede procesarla porque carece de las enzimas necesarias. Entonces, ¿para qué sirve la fibra? ¿Recorre nuestro organismo sin pena ni gloria? La respuesta es no.Porque, aunque no contemos en el intestino delgado con las enzimas necesarias para hidrolizarla, la microbiota presente en nuestro intestino grueso consigue descomponerla. Además, la mera presencia de la fibra durante la digestión ya tiene consecuencias muy beneficiosas para nuestro cuerpo. En el caso de la fibra insoluble, hecha de celulosa, hemicelulosa, lignina y almidón, su principal beneficio es la limpieza de las paredes intestinales. Y, muy importante, la aceleración del tránsito de las heces a través del tubo digestivo. K.O al estreñimiento.
Por su parte, la fibra soluble está compuesta por inulina, pectinas, gomas y fructooligosacáridos. Esta fibra tiene la capacidad de absorber mucha agua y, además, de ralentizar la absorción de grasas y azúcares de los alimentos que ingerimos. Para que nos entendamos: es una poderosa aliada contra los niveles peligrosos de colesterol LDL y glucosa en la sangre. También es, como todos ya sabemos, un poderoso saciante natural. Una característica de gran importancia para no comer en exceso y mantenerse en forma.
La fibra alimentaria, como mencionamos, es una porción del carbohidrato vegetal. Esto implica que solo existen alimentos ricos en fibra de origen vegetal. Principalmente legumbres, verduras, frutas y, por encima de todo, cereales. Los cereales de desayuno son los auténticos reyes de la fibra. ¿Pero quién es el rey entre los reyes? Te lo vamos a chivar.