Los padres a menudo animan a sus hijos a recoger un instrumento musical, ya que se cree que tocar un instrumento tiene todo tipo de efectos positivos en el desarrollo cerebral. De hecho, hay amplia evidencia de estudios neurocientíficos de que tocar un instrumento musical durante muchos años puede inducir cambios duraderos en la estructura cerebral.
Ya en la década de 1990, se demostró que las personas que tocan un instrumento de cuerda (como el violín, el violonchelo o la guitarra) muestran una representación cortical más grande de los dígitos de su mano izquierda que los controles no musicales (Elbert et al., 1995). Esto se debe posiblemente a que tienen una mayor necesidad de hacer movimientos complicados de motricidad fina con ambas manos para tocar correctamente canciones difíciles. Tocar el piano también afecta la estructura cerebral, ya que conduce a una organización más simétrica de las áreas motoras del cerebro (Chieffo et al., 2016). Además, se ha demostrado que aprender a leer música y tocar el teclado conduce a cambios en el lóbulo parietal, una parte del cerebro que es relevante para traducir la música escrita en movimientos de los dedos en el teclado (Stewart et al., 2003). Todos estos hallazgos científicos son ejemplos de plasticidad cerebral, la asombrosa capacidad del cerebro de reorganizarse para lidiar de manera óptima con los cambios en el entorno o las tareas difíciles que se abordan repetidamente (como tocar una composición compleja de Ludwig van Beethoven).
Un nuevo estudio (del cual fui uno de los coautores) investigó los efectos de tocar un instrumento que hasta ahora ha sido descuidado en los estudios científicos: La batería (Schlaffke et al., 2019). No es necesariamente un instrumento favorito para padres de todo el mundo debido a sus niveles de ruido, tocar la batería correctamente requiere una increíble cantidad de coordinación entre las diferentes extremidades. La coordinación motora de los bateristas profesionales supera con creces a la de los individuos no entrenados, ya que pueden tocar diferentes ritmos con las dos manos, una tarea con la que la mayoría de nosotros luchamos masivamente.
En el estudio, los bateristas profesionales con una experiencia promedio de batería de 17 años y controles no musicales fueron probados para sus habilidades de percusión. Como era de esperar, los bateristas eran mucho mejores. Ambos grupos fueron investigados usando varias técnicas de neuroimagen para investigar la estructura de sus cerebros, así como las activaciones cerebrales funcionales mientras realizaban una tarea motora (golpeteo con los dedos).
Los bateristas mostraron una clara diferencia con los controles no musicales en el cuerpo calloso, el gran tracto de materia blanca que conecta las mitades izquierda y derecha del cerebro. Aquí, los datos de neuroimagen sugirieron que los bateristas tenían menos fibras, pero más gruesas, en la parte frontal del cuerpo calloso, que es responsable de la planificación motora. Este cambio en la estructura cerebral probablemente permite a los bateristas profesionales coordinar más rápidamente los procesos motores entre las dos mitades del cerebro que controlan las dos manos. Es importante destacar que la estructura del cuerpo calloso también predijo qué tan bien se desempeñó el baterista en la prueba de batería inicial. Por último, pero no menos importante, hubo un hallazgo bastante curioso: Los cerebros de los bateristas mostraron menos activaciones durante una tarea motora en el escáner de resonancia magnética que los de los participantes de controles no musicales. Esto se debe probablemente a un muestreo escaso, un fenómeno que también se observa en personas altamente inteligentes: Debido a una organización cerebral más eficiente en sus áreas motoras, los bateristas profesionales necesitan menos activación para realizar una tarea que los controles.
En conjunto, el estudio muestra una vez más que tocar un instrumento puede tener un profundo impacto en el cerebro.