Se denomina capital al elemento necesario para la producción de bienes de consumo y que consiste en maquinarias, inmuebles u otro tipo de instalaciones. Así, los llamados bienes de capital son aquellos bienes destinados a la producción de bienes de consumo. Estos tienen que tener el suficiente grado de efectividad para satisfacer necesidades y generar rédito económico.
Existen distintos tipos de capital: el capital circulante, que es aquel que se agota en la producción y debe ser repuesto; el capital fijo, que tiene un desgaste a largo plazo y no se agota en la producción; el capital variable, que es aquel que se intercambia por una labor, es decir, el salario que se paga a los empleados; y finalmente, el capital constante, que corresponde a la inversión hecha en maquinarias, materias primas, etc.
Hoy en día algunos planteos del marxismo en lo que respecta al comportamiento del capital pueden parecer pasados de moda, pero es importante recordarlos por la importancia que tuvieron en la historia del siglo XX. Básicamente su planteo es que las ganancias del proceso de producción se reinvierten en maquinarias y mejores mecanismos que provocan una mejor capacidad de producción y una baja en el requerimiento de trabajo humano. De esta manera, cada vez se tiene la capacidad de producir más bienes de consumo a la vez que hay menos gente con capacidad de adquirir esos bienes. Según Marx esta contradicción del sistema llevaría inevitablemente a una abolición del mismo, surgiendo una nueva forma de organización que derivaría en una sociedad sin clases.
La capacidad de atraer capitales es una de las tareas fundamentales de un país que quiere fortalecer su economía. Además de que la radicación de capitales provenientes del exterior aumentaría la producción de bienes, una de las consecuencias más positivas sería la cantidad de empleo que podría crear. Es por ello que los países deben tomar medidas en esta dirección.